
Lo enigmático de lo que alguien, alguna vez llamó caracol
Por: Fernando Mondragón
Creer que el corno francés subsiste en la tierra del bambuco, es posible. Al menos lo es, cuando Juan Carlos Cruz haciendo uso de éste, exhala bocanadas de vida.
Un elixir perfecto –Al menos eso pensé– para alivianar las cargas del clima y estrés sofocante de aquella tarde en el Conservatorio del Tolima.
En compañía de Valeria, una amiga, Juan nos recibió con dotes de buen anfitrión con un saludo entusiasta. Con su mano, primero a ella con gentil sutileza y luego a mí, logrando transmitir al compás una peculiar sencillez y decencia. El calor abrumaba en el exterior del recinto.
– ¿Seguimos? –Interrogó–. Hace bastante calor aquí afuera.
–Si, por favor –Respondí mientras Valeria asentía al tiempo con la cabeza.
El camino fue relativamente corto, pero acogedor. Un pequeño jardín ubicado en el centro del lugar, acompañado de una pequeña fuente, otorga un toque de tranquilidad en medio de la variedad de interpretaciones musicales de todo tipo, que se compenetraban al punto de parecer un coro de grillos armónicos en la postrimería de la tarde.
Una butaca de madera color blanca, fue quien finalmente acogió nuestro recorrido. La tarima donde Juan dio inicio a su recital.
–La música me ha aportado bastantes cosas –Exclamó– Calma, me ha integrado como persona. El músico no es solo el que viene y toca, sino que también es un artista, un humano que ayuda a la sociedad. Entonces creo que me ha ayudado bastante.
Con diecinueve años de edad y ocho de experiencia como músico empírico, Juan resulta ser una persona a la cual se le podría atribuir aquel dicho popular en el que La primera impresión es la que cuenta.
Las 3 de la tarde nos recibió con una temperatura que continuaba en ascenso. Al menos eso reflejaba el rostro de aquel joven, quien ocasionalmente fruncía su frente, producto del malestar del momento. Juan llevaba puesta una camisa a cuadros en colores verdes y negros; donde lo curioso no son los colores, sino que esta era manga larga.
Una leve sonrisa antecede su discurso.
–Desde niño he manifestado mi gusto hacia el lado artístico, enfocado hacia la música. Me parecía muy curioso ver a esos personajes que se paraban en un escenario. Tocaban, les aplaudían y era mérito del público hacerlo –Añadió con una sonrisa aun mayor a la temperatura ambiente– Entonces es como algo muy curioso estar ahí y sentir que también podría llegar a ser esa persona que estaba allí y recibir esos aplausos.
Valeria observaba la expresividad del cornista, como si estuviese éste en escena. Por momentos aportaba a la conversación una que otra sonrisa. Una compañera del Conservatorio saluda a Juan y departen una que otra chanza. Mi acompañante y yo nos limitamos por inercia simplemente a sonreír.
De contextura delgada y cabello corto, Juan ha participado en distintos eventos a nivel nacional, como los concursos de bandas realizados en Paipa, Boyacá y Anapoima, Cundinamarca. En el ámbito local, participó con la banda del Conservatorio del Tolima en el Festival Príncipes de la Canción en su edición XXVIII, en el 2014. Dichos logros podrían atribuirse en gran medida a la sugestión materna en relación a la música, inculcada en él desde niño.
Unas pequeñas e intermitentes oleadas de aire nos socorren de la nada. La temperatura empieza a descender, dando paso a una pequeña exaltación de la palabra en el cornista.
–La música es algo grandioso, es fulminante. Es un arte que no se acaba y trasciende –Expresa con gran ahínco, dejando en claro su apasionamiento hacia la misma– Digamos que cada día se van creando y adaptando nuevas cosas. Entonces es algo que brinda bienestar.
Como toda profesión, no todo es fácil. La carrera de un músico también está marcada por sacrificios, antes de la obtención de los frutos.
–Esto es como un recorrido muy grande en el que hay que tener demasiada dedicación para poder ser músico, ya que es algo que no se puede abandonar de un día para otro.
–En ese orden de ideas, ¿Ha pensado en dedicarse sólo a la música o tiene una segunda opción?
–Yo creo que solamente a la música –Puntualiza– pero enfocada hacia otros temas, como las divisiones de ésta.
Cursando actualmente cuarto semestre de Licenciatura en Música, al igual que tener previos conocimientos en éste campo, hacen de Juan una persona indicada para hablar del tema en el contexto local.
– ¿Qué opina usted respecto a que Ibagué sea conocida como La Capital Musical de Colombia?
–Yo creo que eso es fama. Una fama que Ibagué se creó de años atrás, porque actualmente no debería llamarse la capital musical.
Con cierto desdén enfatiza
–Para empezar, el apoyo a los estudiantes del Conservatorio del Tolima es mínimo y nulo. Es una institución pública que cobra precios de una universidad casi privada.
El clima para ese momento ya era más condescendiente. Un grupo de jóvenes flautistas irrumpían un poco la relatoría. Juan no se incomodó. Simplemente se limitó a tomar un poco de aire. Con mesura, sin dejar de lado un semblante peculiarmente enigmático, continua la idea.
–Por otra parte, los espacios que se abren a los músicos y el campo de investigación y de aplicación que tienen ellos en la llamada Ciudad Musical, pues tampoco es amplio.
– ¿Podría atribuirse esto a que no existe apoyo hacia el campo de la música? –Pregunté en vista de su descontento.
–Pues no es que no lo apoyen –Respondió en tono más enérgico, sin dejar de lado la cortesía– Es que no lo apoyan como debería ser.
Una compañera se acercó y le preguntó algo. Brevemente respondió y de inmediato me miró; siendo éste gesto una clara invitación a continuar con la conversación. Valeria miraba sin parpadear el celular. Era consiente que ella estaba físicamente ahí, así su mente estuviese deambulando en las cercanías.
Luego de esta pausa retomamos el hilo del tema, en otra de sus vertientes.
–En lo que compete a su carrera profesional, ¿Cómo es el enfoque que se le da a ésta de manera general?
–Las materias van más enfocadas hacia la pedagogía.
Obviamente también vemos materias musicales, pero es más enfocados a la pedagogía, hacia la transmisión de conocimientos, enfocarnos como profesores y ser como educadores.
– ¿Únicamente práctica estando en el Conservatorio?
–No. Yo veo clases aparte, pues para perfeccionar. La idea es recibir tutorías con una maestra, para buscar y cambiar viejos hábitos. Mejorar, estudiar técnica y todo lo que se lleva a cabo ejecutando el instrumento.
El silencio se adueñó del momento. Las jóvenes flautistas descansaban. Simplemente departían entre ellas.
Por su parte, la conversación no menguó.
–Habiendo tantos instrumentos musicales –Pregunté en tono alegre– ¿Por qué el corno?
Una carcajada algo tímida acompañó su respuesta.
–Pues literalmente el corno fue como impuesto en el colegio,
pero pues ya ha medida de los años nació y surgió el amor hacia éste y pues ya empecé a dedicarme a él y a la música como tal.
– ¿Qué opinan sus allegados que haya elegido la música como su profesión?
La sonrisa se esfuma, dando con esto paso a un semblante menos efusivo, sin dejar de lado el carisma.
–Pues es como algo muy ambiguo, porque algunos dicen que la música es algo con lo que se pierde el tiempo, que es como para un hobby, que esto no es como una carrera, que debería optar por otras opciones –Hace una breve pausa. Toma aire y continua– Pero pues otros piensan que no. Que con la música se puede llegar alto y pues yo creo que sí. Yo creo que también se puede llegar alto.
Como si se hubiese premeditado, un silencio reinó en no más de tres segundos. Tiempo suficiente en el que Juan pensó su próximo comentario.
–Y no solo eso. Sino como aportar un granito de arena y mostrarles que con mi esfuerzo les estoy aportando algo.
La exorbitante alegría irradiada por Juan me llevó a cuestionarlo sobre un algún hecho curioso. Uno de esos que no tienen previa invitación, pero que sin lugar a dudas pueden marcar la rutina de un día cualquiera.
–Pues generalmente mi instrumento casi nadie lo conoce y una vez se me acercó una niña y me dijo que porque yo estaba tocando un caracol. Yo le dije que parece un caracol, pero que no es un caracol –Comenta como si estuviese interactuando con la niña, artífice de aquel momento gracioso– Mira que esto es algo más avanzado, ya ha tenido una evolución.
Este recuerdo, cómico por demás, fue el perfecto complemento para dar por finalizada la conversación. Con broche de oro Juan cerró su presentación, frente al reducido público expectante del momento. Puestos en pie, se despide primero de Valeria, con una sonrisa aún más expresiva que la del saludo inicial. Posteriormente de mí, con una expresividad, creería yo, no menor.
Nos retiramos de aquel templo musical, con la satisfacción que otorga conocer un oasis melodioso en medio de la rutina desértica del entorno. Un mundo aparte que nos acogió en medio de la nada. Con una realidad distinta; una realidad que solo pocos entienden. Y que mediante la experiencia propia, sin ser músico, pude dar testimonio de ello. Un testimonio que perdurara hasta el día en que la música entre acordes, deje de irrumpir en aquellos estrepitosos silencios que se gestan en aquello que se conoce como cotidianeidad.






