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La yerba musical

 

Por: Nataly Lezama Lezama

 

Son las seis de la tarde y la noche empieza a llegar a Ibagué. El centro de la ciudad se vuelve un poco más tenso que de costumbre. Las tiendas de ropa comunes empiezan a cerrar, el olor a smog de carros aumenta a medida que los trabajadores se dirigen en buses, taxis y carros a sus casas y el empleo nocturno empieza a surgir. Entre las tantas personas que caminan por el centro a esa hora se encuentra Cachafo, un hombre de 27 años de edad, de piel morena caracterizado por llevar siempre una gorra y un morral donde carga la mercancía.

 

Cachafo nació en Cali, Valle. A la edad de 12 años se mudó a Ibagué ya que su madre había conseguido otro puesto en  la venta de alimentos junto a su abuela. A pesar del cambio de ciudad, Cachafo hizo varios amigos y estudió el bachillerato. Cuando empezó su grado octavo, el adolescente quién era el mayor de tres hermanos ayudaba cuando podía a su madre en las labores de casa hasta que conoció a Freddy, quien sería su amigo de calle y le enseñaría la labor de comprar y revender marihuana.

 

Según Cachafo, Freddy fue su amigo de colegio. Él había perdido dos años era mayor que Cachafo. Se conocieron en clases y terminaron desarrollando una amistad duradera. Uno de los días en que salían a reunirse entre amigos y hablar en el centro de la ciudad Freddy, le ofreció una bolsa pequeña transparente que contenía una especie de árboles pequeños y aunque nunca los había visto  sabía que era marihuana y se negó a probarlo. Al cabo de varias salidas y apuestas entre amigos Cachafo aceptó y empezó a fumar hierba esporádicamente. “Empecé a vender cuando un día acompañando a Freddy, intenté ofrecerle a unos amigos del barrio y ellos dijeron de una que sí y me compraron. Ahí quise ganar más dinero y comencé de a poquito en el revuelo”  dice mientras envuelve un cigarrillo con una propiedad extraordinaria.                     

 

Para contactar a Cachafo,  quien ganó su apodo debido que la marihuana es conocida también como María Cachafa, se tiene que llegar por contactos. Él no atiende números desconocidos, cuando alguien se dirige al centro y le pregunta si tiene mercancía primero observa de arriba abajo el personaje como si estuviera haciendo una requisa mental. Pregunta de dónde es, cuánto quiere y sobretodo quién lo envió.  Cuando se responde correctamente el interrogatorio Cachafo abre su maletín y muestra el lote. Royal, Creepy y Berry son algunos de las clases de Cannabis que ofrece variando el precio entre 3 mil y 7 mil pesos según el tipo de pinta o persona, ya que no es lo mismo cobrarle a un conocido que a un creído que no encuentra a quien más comprársela.

 

El tic nervioso de morderse el lado izquierdo de su labio lo nota cualquiera que lo observe por más de un minuto. Sus dientes un poco amarillos y picados no se dejan ver por completo pero si sus manos grandes, con cayos pronunciados un anillo en el dedo anular y varias manillas del Deportivo Cali. Así mismo, estas manos de gran tamaño son su herramienta de trabajo. Con ellas compra, empaca y revende el material de venta, recibe las ganancias y continúa con el ciclo sin fin de lo que todos buscan, dinero.

 

Actualmente, este no es el único trabajo que tiene este joven de pelo negro, ojos café y tatuajes en brazos y espalda. También trabaja en un montallantas todos los días junto a su cuñado. Insiste que es solo una escapada que tiene al vender sustancias y que por más de diez años le ha dado algo con que comer. No considera que su vida se vea resumida a vender drogas pues para él es tan normal como un negocio cualquiera. Entre sus clientes frecuentes hay adolescentes, madres, padres, trabajadores, colegiales, universitarios y personas de la calle y no cree en que este labor sea diferente a otras y menos con una sustancia que no cree que sea dañina para el cuerpo. “Por eso solo comercio con la Juana, es más económica, tiene mejores ventas y no raya tanto como el trip o las pepas.”

 

El lugar donde comúnmente se reúne con sus clientes y personas que pasen buscando yerba es el Parque de la Música. Tiene gran fama por no ser tan transcurrido y ser un eje entre el centro y barrios aledaños. Son dos los policías que tienden a estar de guardia durante el día y por motivos de leyes la prohibición de la sustancia psicoactiva impide que Cafacho venda libremente y tenga que hacerlo clandestinamente.

“Muchas personas vienen al parque buscando a quien cómprales marihuana o perico. Lo que más dicen en las requisas es que hay libertad de drogas para uso personal y se debe dejar tranquila a la persona, pero si se encuentra comprando o portando más de 20 gramos tenemos que hacer el procedimiento debido” dice Giovanni Pérez, policía bachiller que hace turnos tres veces a la semana en el Parque.

 

Pero a este “jíbaro” no le preocupan policías como Giovanni, pues después de las ocho de la noche ya no tienen que hacer rondas y parece olvidárseles las responsabilidades. El Parque se convierte en su zona de trabajo, el adicto en su cliente y la noche en su secretaria personal.

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