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Parchando en la Echandía

 

Por: Valentina Herrera Rojas

 

  • ¿Usted  a que se dedica?

  • Soy músico colombiano.

  • -¡¡¡¡Uy no, mire hombre tome mil!!!!

 

¿Quién no ha caminado por la carrera Tercera de la ciudad de Ibagué? No se puede ser  ibaguereño si no se ha ido al centro de la ciudad, ya sea para comprar los regalos de Navidad, asistir a las funciones del Teatro Tolima, conseguir lo que no se encuentra en los centros comerciales, para llevar a los familiares de visita cuando no se sabe que hacer o los recursos monetarios no dan para mas, pero quién se ha detenido a apreciar cada olor, cada sonido, cada persona, cada lugar.

“-Nos van a robar”, “-camina mas rápido que tenemos que llegar,” “-cuidado con ellos, solo quieren plata.”

 

Fue la música la que lo atrajo a la Echandia, el sonido de cada tambor, el saxofón, las palmas golpeando el parche de aquella caja de resonancia, saliendo de lo habitual, creando música, creando su mundo, ese sentimiento que hace ya mucho tiempo no experimentaba, pues hoy con veinticuatro años nunca pensó volver a sentarse allí, en uno de los lugares donde todo comenzó.  Al escuchar como lo llaman sus amigos por primera vez se pensaría que es un apodo, pero es su apellido: Lugo.

 

Caminar por la Tercera es ir a otra dimensión, experimentar la realidad, conocer otra Ibagué. Sentarse en la Plazoleta Darío Echandía es vivir una indeterminable epifanía de olores, sonidos, formas y sensaciones corpóreas. Los borrachos en las bancas o pidiendo dinero para seguir su juerga, los enamorados en las escaleras tomados de la mano, mirándose a lo ojos como si no hubiera un mañana, la señora de los tintos haciendo su ronda cada 30 minutos, la estatua humana intacta como siempre, algunos jóvenes aromatizando el lugar con la esencia olor a “pollo”, los músicos tocando, riendo, hablando de instrumentos y bandas de hace 10 años y; ¿Dónde está Lugo? Lugo esta parchando con los músicos.

 

En su tiempo, hace un par de años se reunían para hablar sobre música, tocar, componer y de vez en cuando volar un poco, hoy el  panorama no ha cambiado mucho sentarse allí para ellos es disfrutar de la música, de los acordes, las percusiones, los sonidos y hasta del olor tan particular de la Plazoleta, olor que Lugo ya había olvidado con el paso de los años, ese olor de agua menores que caracteriza este lugar, es como una firma de los muchos autores que han pasado por allí. Siempre ha sido parte de la urbe del centro, dedicado a la música casi toda su vida, estudiando en el conservatorio Andrés Felipe Lugo ha recorrido cada una de las calles del mercado negro de la ciudad como lo llaman algunos, de la zona de delincuencia y vagos como la perciben algunos otros, del espacio de esparcimiento y cultura como la ve el.

 

“La plazoleta ha sido un espacio de encuentros musicales, artísticos y culturales de muchas generaciones de nuestra ciudad” señala Andrés Felipe.

 

 Ir caminando por la Tercera significa sentir los distintos ritmos musicales de abuelos, adultos y jóvenes. Muchos lo ven como una opción de vida, un sustento económico o una manera de formarse como artistas, de divertirse y  conocer. Nadie imaginaria que muchos de los jóvenes que se encuentran en las gradas de la Plazoleta a tocar a veces solo por gusto, otras para ganar dinero son estudiantes del Conservatorio, de colegios privados, padres de familia.

 

Andrés Felipe Lugo se sienta en la tarima de la Plazoleta Darío Echandía, saca su guitarra y comienza tocar, como si de su cuerpo se expulsaran acordes, su pequeño afro negro alcanza a tapar la mitad de sus ojos y su sonrisa blanca evidencia el gozo que siente a tocar las cuerdas de su guitarra.

 

“Recuerdo pasar todos los días por aquí y ver a los chicos tocar, como cuando yo lo hacía y deseaba tanto sentir de nuevo esa tranquilidad de saber que no tienes que hacer nada más en la vida que solo tocar, estar con tus amigos y ‘relajarse’” expresa Andrés.

 

Mientras sus manos tocan suavemente la guitarra, sus pies llevan el ritmo de la melodía y su mente pareciera estar en otro mundo, un mundo de notas musicales e instrumentos inmortales, la Plazoleta se va convirtiendo en un espacio de encuentro cultural, donde se pinta, se actúa, se ama, se aprecia y se siente la Tercera a medida que cae el sol; no como la Tercera de Ibagué, si no como otra Tercera, la real, la que todos deberían ver.

 

Comienzan a llegar más músicos que al igual que Lugo ya quieren comenzar a volar en ese mundo de acordes, notas y melodías. En una esquina comienza a escucharse un tambor, en la otra un saxofón, más allá unas maracas, Lugo sale de su dimensión; desconocida para mí, el Olimpo para él, para darse cuenta que alguno de ellos eran esos compañeros con los que parchaba en la Echandía, antes de comenzar a trabajar para pagar las cuentas, de tener novia, estudiar para tener un futuro, de adquirir aquellas responsabilidades inevitables de la vida.

“A cualquier lugar donde vayas si tú eres músico e encuentras otro músico en ese momento hay una conexión, que no se puede explicar con argumentos porque va más allá de los propios sentidos, es cosa de artistas” expresa.

 

Los saludos van y vienen, las risas y los recuerdos aparecen, uno que otro observador se queda para saber qué es lo que ellos pretenden hacer, pero por el momento solo estaban parchando, si parchando en la Echandía.

 

  • Cuando no sabíamos ármalo y siempre nos quemábamos por no armar bien ese H?!/Ç%*A

  • Que risa ese día cuando Pato se ganó el borracho que lo quería violar.

  • La vez que casi nos roban y lo único que teníamos eran los instrumentos y lo del bus.

 

De repente volvemos a aquella dimensión desconocida que solo ellos entienden, y la música comienza sonar, uno toca las maracas, el otro el saxofón, el otro el tambor y de un momento a otro se les une un músico más, con un instrumento diferente a los demás; algo así; como un minotauro, medio tambor, medio conga y de todo este conjunto de instrumentos y mezcla de artistas; algunos callejeros que tocan por dinero, otros estudiantes de música que tocan por amor, otros profesionales que la experiencia sabios los ha hecho, inician con una cumbia, luego una mezcla de salsa y un porro, para terminar con el bambuco y  aplausos de espectadores que disfrutaban de esa Echandía cultural, aquella que es real.

 

En la Plazoleta Darío Echandía parcha el que le guste; el que le guste la música, el olor a “pollo”, el loco que no se sabe si nació así o tanta sustancia en los setenta le fundió el bombillo y el borracho también le tiene que gustar, la señora de los tintos, el ruido de la ciudad, el olor a aguas bajas que sube y baja durante el día, el que se siente en las gradas de la Echandía le tiene que gustar la Tercera, el olor a disolvente de pintura, a nicotina, le tienen que gustar los gritos de los niños y la madres regañonas,  los vendedores ambulantes, le tiene que gustar ver besos apasionados y peleas exageras, mujeres hermosas, feas, gordas y flacas, viejitos regañones, locos religiosos y de vez en cuando una que otra “rata”. Al que le guste la Plazoleta  tiene que gustarle la Tercera, el centro, la Quinta, le tiene que gustar su ciudad; Ibagué.

 

  

 

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