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La historia detrás del lente

 

Por: Lorena Gonzáles Moreno

 

La foto la tomó en Los Alpes, viniendo de Villa Rica hace casi cincuenta años. En ese tiempo traía siempre con él, una cámara de cajón. El bus en el que venía frenó de una manera desapercibida. Poco a poco un capitán del Ejército Nacional se fue acercando a él y sin expresión alguna en su rostro le dijo a Gustavo Muñoz que se bajara. Con agilidad, tomo su cámara y su equipaje, no sabía qué era lo que pasaba hasta que bajó el último escalón del bus y se dio cuenta de la tragedia que acababa de suceder.

 

El panorama era desgarrador, las cabezas de los campesinos yacían desprendidas de sus cuerpos. El impacto de Gustavo automáticamente hizo que sus piernas dejaran de moverse y sentía que el lodo lo absorbía más y más. El olor a sangre inundaba el ambiente; una palmada en la espalda lo sacó de ese estado de shock y solo escuchó al capitán decir “¿esa cámara tiene rollo?”,  Sin musitar palabra asintió con la cabeza. “Tómele foto a todos los muertos”, sin saber que estaba pasando y con temor a que su vida corriera peligro, Gustavo hizo todo lo que le pedían.

 

Le permitieron llevar esta evidencia a su casa y con una notificación del gobierno le avisaron que debía revelar los rollos. En las fotos se veían cuerpos por todas partes, en cada una Gustavo recordaba a que olía, que veía y la ausencia de vida se sentía en cada imagen. La notificación le anunciaba que en pocos días llegarían a su casa para recogerlas y que no debía sacar ninguna copia de estas. Pero él, efectivamente reveló el rollo, lo entregó pero dejó cinco fotos en el estante de su casa.

La incertidumbre lo aquejaba y decidió preguntar qué era lo que había pasado con estas personas. Un grupo de bandoleros encabezado por el temible Jacinto Cruz Usma, alias ‘Sangre Negra’, fue el protagonista de este suceso que marcó evidentemente a los habitantes de esta vereda tolimense y a este joven fotógrafo. Desde ese momento y hasta hoy, la memoria de Gustavo guarda aquella imagen. Alias “Sangre Negra” era un hombre sin escrúpulos; al momento de ejecutar a sus víctimas optaba por ridiculizar sus cuerpos sin vida realizando lo que popularmente se conoce como el “corte franela” que consistía básicamente en degollar parcialmente a la víctima y sacarle la lengua por el cuello.

 

*

Con una mirada un poco perdida por sus años, Gustavo Muñoz, un fotógrafo profesional empieza a relatar sus experiencias en su lugar de trabajo, el parque Simón Bolívar.

 

Los  años no  llegan solos. Su voz ronca, sus canas y la cámara que siempre cuelga de su cuello revelan experiencia. Cuando Gustavo comenzó en este negocio, hace más de 50 años, usaba una vieja cámara y trabajaba con lo que antiguamente le llamaban el foto cine. Desde la calle tomaba la foto y le daba el recibo al paciente, como se refiere a los clientes, e iban y reclamaban su foto pequeñita en una droguería. A Gustavo le remuneraban su trabajo por cada rollo que llevara a estas droguerías y le pagaban 300 pesos.

 

En ese entonces, el trabajo del  fotógrafo era rentable, ser fotógrafo era tener un estatus pues esta labor permitía aportar al instante el recuerdo de un momento, de algo extraordinario vivido por personas cercanas o totalmente desconocidas a ellos.

“Un tipo con las puras manos, cogía los brazos, las personas podridas y las amontonaba para abrir paso a la carretera. A mí me dejó muy aterrado ese tipo...” cuenta Gustavo al recordar la catástrofe de Armero. Él fue uno de los fotógrafos que llegó a Armero patrocinado por la Caja Agraria. “Un taxista iba en su carro, cuando se dio cuenta de la avalancha, subió el vidrio y quedó atrapado, eso parecía un monstruo” atestigua el veterano fotógrafo que con fluidez cuenta cada momento que tuvo que capturar.

 

A Gustavo lo apasionaba esta labor y actualmente lo sigue haciendo, pero con nostalgia recuerda esos momentos de gloria cuando no tenía tiempo ni para él mismo, pues era tanto el trabajo y los eventos que no le daban ni un respiro. Había ocasiones que le salían compromisos, bodas, bautizos, fotografías para carnets, grados, eventos empresariales, gubernamentales, fiestas de disfraces o hasta lo llamaban para trabajar tomando las fotos de los cuerpos sin vida en la morgue.

Su trabajo, totalmente garantizado, lo hacía ser el más aclamado en su época. Nunca fue a una escuela de fotografía y todo lo que sabe lo sabe por enciclopedias que compraba en las librerías.

 

Sabe revelar y lo hace hasta con los ojos cerrados. Confiesa que hacía cuarenta años solo se revelaba en blanco  y negro y si se hacía a color había que enviarlas a Medellín porque en ese tiempo era en la única parte que lo hacían pero se demoraba mínimo un mes. Con una mirada jocosa añade “un evento, boda o bautizo que tuviera en ese entonces fotos a color era porque era de lo alto, con plata…”

 

Con melancolía en su mirada vuelve a la realidad y recuerda que en este tiempo ya se ha perdido aquel respeto que la gente tenía por los que ejercen la fotografía. “A nosotros los fotógrafos se nos acabó el trabajo por el asunto de las cámaras digitales y los celulares con cámara. Hoy todo el mundo tiene un celular o una cámara digital” afirma Gustavo. Esta profesión artística se podría rescatar nuevamente  así como se rescatan las imágenes del pasado para crear los proyectos del futuro, pero el desarrollo digital ha catapultado esta importante labor.

 

Tantos momentos, tantas experiencias laborales y de vida que le mostraron como era la vida en realidad. Pero, a pesar de la difícil situación en la que se ve todos los días, Gustavo, a sus 73 años, nunca borra de su rostro esa sonrisa y aquella amabilidad con la que saluda a las personas que pasan a diario frente a él.  

Paisaje sonoro - Por Lorena Gonzáles Moreno
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