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El sonido de sus radios y los uniformes desgastados de colores naranja, azul y rosado identifican nuestra cotidianidad urbana. Una  cantidad de sensaciones que experimenté en esos días que no se compara con lo que se vive a diario en un terreno lleno de voces, comida, música y compañerismo.

 

Relato más allá de nuestro transporte urbano

Por: Camilo Andrés Rojas

 

Desde las  3:30 de la mañana Jorge Ramírez  llega al paradero de buses Plus El Topacio. El control como es llamado usualmente comienza su labor desde muy temprano, a esa hora todo es tranquilo, pero mientras el día avanza las demás personas que trabajan alrededor de la labor de los conductores, alimentan el ambiente sonoro del lugar. El sonido de los motores, el golpe de los platos y los cubiertos, las hidrolavadoras a presión funcionado, las crucetas y mazos de los mecánicos martillando y los ladridos de “Orejas y Pulgas” identifican uno de los principales lugares de movimiento de buses de transporte urbano de la ciudad de Ibagué.   

 

Este lugar inmenso tiene capacidad para aproximadamente 80 buses, el suelo se encuentra deteriorado a causa del peso y el tránsito de los automotores, a su  entrada se  divisa la Virgen del Carmen, exhibida en su estante la patrona de los conductores da la bienvenida a sus protegidos. A un costado de la entrada se encuentra  el  taller de “Don Lucho”, el mecánico, el olor a aceite y neumático quemado distingue su pequeña caseta adornada de herramientas de todo tipo, donde “Don Lucho”  se esfuerza por lograr un óptimo funcionamiento de las busetas.

 

Al fondo se encuentra  una casa de dos pisos,  la cual  no  va  de acuerdo  con  la estética del  lugar,  pero unas cuantas sillas y mesas de madera  le dan sentido  al  restaurante de Miriam Suarez, quien lleva  más  de 20 años trabajando en el paradero de busetas Plus El Topacio, un espacio donde las busetas que cubren las rutas 9,10 y 15 de la empresa Expreso Ibagué y 39 de Cootrautol hacen sus estaciones finales y abastecen sus vehículos de gasolina. En este lugar, Miriam Suarez, madre soltera con dos hijas a las que pretende sostener de la mejor manera como muchas colombianas, atiende la caseta del restaurante que día a día alimenta a los conductores que llegan a este parqueadero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Miriam, vende desde golosinas de todo tipo hasta jugos naturales de todos los sabores los cuales son los más apetecidos por el Chata, Care Gueva,  Muela e´ Perro  y  Mojicón, quienes en cada  una  de  sus paradas esperan cuál de ellos dará chance para que sea saboteado o “cogido  de bate” como lo expresa la señora Miriam, “aquí no hay conductor ni ayudante que no reciba su buen apodo,  además saben que no se pueden poner molestos porque desde su primer bautizo  se tienen que acomodar a su nueva chapa”. Apodos  que  mirando bien, a algunos no les queda nada mal.

 

 En el momento que la señora Miriam termina de comentar el por qué de los apodos más conocidos llega Trapo Sucio, conductor que acababa de hacer su  recorrido,  al verlo, sus colegas no pararon de adular a su compañero. “Tan lindo que está Trapito Sucio,  ahora si  planchó su camisa, embetunó los zapatos y no viene con bostezo de loco”. Lo más sorprendente es el poder descubrir en qué tiempo se inventan  tantas cosas  o en qué momento de su trabajo pueden hacer de esta labor “negrera” un momento ameno. 

 

En el paradero, el tiempo pasa de manera fugaz, se escuchan los timbres y las alarmas de todas las busetas que indican están dando reversa mientras las bocinas de los conductores rechinan indicando su  llegada. Hay que dejar claro  que  muchas  veces no se presenta la oportunidad de tocar estas bocinas ya que sus rutas se atrasan constantemente y deben salir instantáneamente, sin importar si tienen ganas de hacer sus necesidades o de simplemente saludar, relajarse, estirarse y dejar por un momento esa rutina que  los envuelve.

 

Eran las 4 de la tarde. La ciudad impactaba con su calor de siempre. No era un momento propicio para ir a observar la vida de cualquier trabajador. Pero fue justó a esa hora  cuándo conocí a Mojicón. Un hombre de altura baja, pelo negro y cuyo rostro reflejaba cansancio. Él, es uno de los conductores más reconocidos en el territorio, con 48 años de edad comenta anécdotas que al escucharlas parecen de película. “Me bajé a orinar, le puse el freno de seguridad a La Pechichona (como cariñosamente llama a su buseta), pero cuando me di cuenta la buseta se devolvió. Yo por no dejarla ir al abismo me subí e intente controlarla, pero al perder el control se me fue hacia una casa”, afirmó con una leve sonrisa y cara de despreocupación como si no hubiese pasado nada y el recuerdo de las heridas que quedaron fuesen una aventura más.

 

A su lado, se encontraba Galleta, el fiel ayudante de bus. Flaco, despreocupado pero motivado a trabajar, se dirige a cobrar lo que le corresponde y casi inmediatamente a subirse a otro bus para continuar su labor. El compartir con ellos generó en mí una mirada distinta al oficio de conductor o de ayudante, yendo más allá del prejuicio y razonando sobre lo que pasa a mi alrededor y lo que las personas  piensan de ello.

 

 Con el paso del tiempo y mis continuas visitas conocí a René Rubio, habitante del sector, quién manifiesta sin cansancio su inconformidad ante las empresas de transporte urbano de Ibagué. Para nadie es un secreto que cuando un conductor no cumple su horario estipulado, debe someterse a manejar a altas velocidades, pero para el señor Rubio es más que eso. Él menciona que los conductores de la 8 y la 39 convierten calles y avenidas en pistas de carreras, poniendo a los pasajeros en peligro ante frenadas de emergencia y giros violentos, sin considerar que lleven  ancianos, mujeres embarazadas o niños.

 

Varias  cosas  de este lugar llamaron mi atención y me permite reflexionar en cuanto a las posibilidades, deberes y derechos de una persona que maneja este tipo de transporte, sus necesidades que cada día son más. Su estado de salud, el tiempo que no alcanza para sus familias, la intolerancia de los pasajeros, la movilidad  y las vías  de Ibagué y las cuotas que en algunos casos deben pagar a los dueños de los buses porque no todos los días son prósperos y otros factores que siguen poniendo en situaciones de precariedad a estos admirables trabajadores del transporte  público en Ibagué.

 

por Camilo Andres Rojas

 

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