Universidad de Ibagué
2017
Comunicación Social y
Periodismo

Ofreció 11 horas de tranquilidad al abrir las puertas
Por: Valentina Castellanos Jater
l día ocho de septiembre, a las 5:00 p.m., el viento recorrió toda la carrera Tercera. De abajo a arriba, pasaba con gran velocidad entre las personas que por allí caminaban. Autos iban y venían. Locales con puertas abiertas esperaban la entrada de unos cuantos clientes más. Los olores, eran una combinación: carne asada, pan fresco, y en algunas oleadas que traía el viento, el olor de la fritanga que venden justo al lado de un gran parqueadero.
En la carrera tercera con calle 48 se encuentra Govinda’s. En contraste con el viento y los olores de la calle este lugar tiene un ambiente que invita a la total tranquilidad. Uno entra y de alguna manera es transportado a la India. Sin saber lo que me esperaba allí dentro, pasadas las 5:15, decidí entrar por la puerta que está debajo de un gran letrero que dice Ganesh. Tras los primeros pasos empecé a sentir una variedad de olores que jamás había conocido. Era una combinación de yerbabuena, verduras, incienso y madera. Tardé alrededor de 10 minutos tratando de reconocer de dónde provenían tan exquisitos olores; entonces, caminé hasta el pasillo que conducía a un patio, y allí empecé a sentir con más fuerza el olor a incienso y madera que brotaba por debajo de una puerta cerrada, en donde se escuchaba música hindú y el rumor de las voces de algunas personas, todas ellas en coro, pronunciando palabras en un idioma que no pude entender.
Casi eran las 5:47, pronto sería la hora de cerrar las puertas de Govinda’s. Luego de un día agotador, que empezó muy temprano, a las 4:20 a.m., mucha gente se preguntará qué puede haber de interesante en un lugar a esa hora de la madrugada, pero no hay forma de determinarlo más que viviéndolo. A esa hora comienza la alabanza a Krishna. Cantos y oraciones empiezan a escucharse. Una o dos horas después, sale el sol y se escucha aún el silbido de una variedad de pajaritos que llegan al “árbol de la vida” como lo llaman, acompañados por el ruido que provocaban las hojas marchitas que caían al suelo y sonaban crujientes como una hojuela de cereal al quebrarse.
A las 8:00 a.m. la carrera Tercera rompe el silencio de Govinda’s. A esa hora, otros locales que rodean a Govinda’s empiezan a funcionar de manera oficial al público, y únicamente la tienda de ropa tejida artesanalmente que se encuentra justo antes de entrar en el restaurante, permanece cerrada. Como es habitual, el chef de Govinda’s sale en su moto, en búsqueda de los alimentos necesarios para la preparación del almuerzo que se sirve puntualmente a las 12:00 m. Pasados 45 minutos, el chef regresa con bolsas llenas de vegetales y unas cuantas frutas.
Luego de 2 horas y media de la llegada del chef, comienza de nuevo un recorrido particular de olores. Esta vez, pude distinguirlos, era como si las fresas, la leche, el maní, los garbanzos y los tomates volaran por el aire. Todo tenía un olor exquisito. En la cocina se escuchaba un “tssssss” proveniente de las ollas calientes cargadas con variedad de alimentos mezclados. Pasadas las 11:00 a.m. se da comienzo a una segunda sesión de meditación en una de las habitaciones. A la misma hora el chef mira el reloj adelantado 30 minutos para agilizar el trabajo y sentirse en apuros porque a las 12:00 es la hora del almuerzo. Desde ese momento, empieza el juego, luego de terminar con la labor en la cocina, los alimentos preparados se ponen a disposición de “Deidá”, un ser espiritual que bendice los alimentos, los purifica y los perfecciona, ya que al pertenecer a la comunidad Hare Krishna, los cocineros están en la obligación de no probar los alimentos mientras se cocinan, en vez de eso, se huelen y se sienten, a través del calor que emanan las ollas.
Cuando el reloj de Govinda’s marca las 12:30, quiere decir que en tiempo real ya es el medio día, y la hora del almuerzo. Momentos después de abrir la puerta del restaurante, comienzan a llegar los amantes de la comida vegetariana. Allí dentro se vive literalmente la paz. Qué mejor que disfrutar la comida sin el estertor cotidiano de la ciudad, sino con una melodía suave producida por una mrdanga (instrumento de percusión típico de la India), el viento soplando, las voces de los comensales hablando en voz baja y el calor que brinda el sol del mediodía.
A las 2:30 p.m., el flujo de personas es menor, sólo uno que otro plato se ve pasar. Entonces, se hace una oración a Krishna para agradecerle por los alimentos y la clientela del día. A las 3:00 comienza de nuevo una sesión espiritual. Govinda’s entra en reposo nuevamente, el olor a incienso y a madera se hace presente en el lugar, al igual que el sonido del viento chocando contra los árboles. Las tejas se sacuden por el calor, y suenan ruidos similares a granitos de maíz cayendo sobre un sartén ardiente. De un momento a otro, se oye un gran estruendo que alborota a los pajaritos que descansaban sobre los árboles, las personas que estaban en su clase de meditación salen de la habitación a mirar de dónde proviene el fuerte ruido, y al acercarse al patio que se encuentra al final del pasillo, se dan cuenta que uno de los árboles que estaba encima del tejado, había perdido un mango.
El día 8 de septiembre, a eso de las 6:00 p.m., Govinda’s se despide del día y al cerrar sus puertas inicia la hora de limpiar las energías. Distintas esencias vuelan por todos lados. Una mujer de unos 45 años, contextura gruesa, tez morena y cabello oscuro, se ve sentada en el centro del patio, bañándose de la luz que brinda la luna. La mujer tiene en sus manos una Japa (camándula india) que cuelga desde sus manos y cae hasta sus rodillas. Con insistencia repite incontables veces: “hare Krishna, hare Krishna”. Después de un rato, se levanta y se dirige al salón al que ellos llaman “Pujarí”. Allí se siente amor y calor de hogar, la música dirigida a Krishna nuevamente suena, y en vez de lámparas pueden verse velas para iluminar los pasillos. En una de las habitaciones hay reunidas unas cinco personas, sentadas todas en círculo, una al lado de la otra, todos pronuncian palabras que nunca podré entender.



