En escena, no solo es bailar y ya
Por: Andrea Carolina Castro
“Porque en todas partes hay una canción bonita, esperando que la cantes con tu propia melodía” es el coro de la canción que Diana le enseñaba a un grupo de niños entre seis y once años en su academia, verso a verso ella cantaba y los niños trataban de repetirla para luego cantarla en su coreografía, que hacía alusión a ríos, montañas y piedras.
“Mira como canta el río cuando baja la montaña, como le hacen coro las piedras cuando cae la atarraya” este es el primer verso y va junto a los pasos que ya saben, cada uno a su lugar, les decía su maestra a los niños mientras lo cantaba y bailaba con ellos. “Recuerden los pasos que yo les había dado, esperen vuelvo a poner la canción y empezamos de nuevo, ya se la saben”.
“¿Profe yo voy aquí?, miraa… lo que yo se haceer, ¡siiiii!” gritaban los niños mientras corrían de un lado al otro intentando recordar el primer verso de la letra y seguir los pasos que su instructora les daba, las niñas iban adelante, los niños atrás, luego se movían y pasaban a hacer cualquier movimiento que les gustaba, Diana les decía “libres, libres, bailen como les guste”.
Sentados en círculo los niños se abrazaban y jugaban entre ellos cantando y haciendo movimientos con sus brazos y piernas mirándose unos con otros para no perderse y hacer bien sus pasos. Una vez que se aprendieron la primera estrofa y el coro de la canción fue hora de hacerlo en todo el espacio, bailando, saltando, siguiendo los pasos y las posiciones que les habían dado, lograron terminar un ensayo media hora después de lo acordado pero felices, ya sabían hacer toda su coreografía.
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Diana Marcela Arévalo Parra, conocida como Machela, Chela o Chata, baila desde que tenía 4, hace más de 30 años. Inició este proceso en su colegio con el apoyo de su mamá, al principio como hobbie, solo por hacer algo que matara el tiempo y para conocer más gente, actualmente es su forma de vida. Su sueño al salir del colegio era trabajar en oficinas como secretaria, así que estudió Tecnología en Sistemas y un Técnico Profesional en Secretaría en el SENA, desde ese momento empezó a trabajar en bancos como el Banco de la República en Honda, Megabanco y Banco de Bogotá en Ibagué, no solo como secretaria sino también como cajera principal, y aunque sus jornadas fueran duras ella seguía bailando cuando tenía tiempo. Aunque intermitente el baile siempre estuvo presente.
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“Mi hijo estaba muy pequeño, mis jornadas era muy largas y casi no pasaba tiempo con él, y un día llegue a mi casa y mi hijo ya no me dijo mamá sino Machela y a mi mamá le dijo mamá, así que ese día tome la determinación de que no iba a continuar más allá que tenía que dedicarle más tiempo a mi hijo y renuncie”. Desde esa decisión la vida de Diana dio un giro, ella continuaba bailando con el Grupo de Danzas Folclóricas de Armero con el maestro Gildardo Aguirre, en el momento que renunció a su trabajo el maestro le dijo que diera clases de cardio en su academia Arte y Ritmo, una vez allí uno de sus compañeros le mencionó que necesitaban una profesora de danza para bachillerato en el Colegio Gimnasio Campestre, y desde ahí empezó su proceso para ser quien es hoy.
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Entre los años 2006 y 2007 Chata dejó su trabajo como cajera principal en el Banco de Bogotá y se presentó para ser profesora de danza en Colegio Gimnasio Campestre de Ibagué y quedó. Una vez inició allí su visión de la danza, tenía que hacer el folclor y todos sus pre-saberes a un lado porque el colegio se había convertido en un laboratorio de danza, y debía encontrar nuevas herramientas y técnicas para trabajar con los muchachos. La psicóloga del colegio, Tatiana, fue quien la guió para que estuviera segura de lo que quería hacer en clase; con su ayuda fue aprendiendo y logró enfocarse.
Chela empezó un proceso de investigación para encontrar una nueva forma de trabajar la danza con los muchachos, algo para que se dieran cuenta que no es solo “repetir y repetir pasos, sino que en verdad tiene otros fundamentos, otros objetivos, como el de trabajar valores a través de ella” y poco a poco fue surgiendo. Cuando no sabía cómo hacer algo Diana les daba un "ratico" a sus estudiantes para descansar e iba donde Tatiana a pedirle ayuda, buscaba des-estresarse y lo que hacía era hacerle preguntas a Diana sobre lo que quería alcanzar y qué pensaba sobre ello, y así logro darse cuenta que su objetivo principal era transformar vidas, desde ese momento empezó a enfatizar la danza desde el propio individuo.
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Alejo jugaba fútbol pero la acompañaba a ella a los ensayos de baile en Arte y Ritmo, ahí su gusto por el baile empezó a crecer. Cuando Diana decidió empezar con su academia su hijo quería viajar con ella, pero para hacerlo tenía que ser bailarín así que inició por eso, viajar, con el transcurso del tiempo le fue cogiendo gusto y amor al baile, hasta el punto de estar becado en el colegio Gimnasio Campestre por sus talentos artísticos y en el Conservatorio del Tolima por bailar ballet. Son dos años los que Alejandro lleva practicando danza dedicado y asegura que “ha sido una experiencia muy rica, porque en tan poco tiempo mucha gente me conoce, he viajado a muchos lugares, he estado en muchos festivales y se siente chévere estar parado en una tarima viendo a muchas personas y que después de una presentación te aplaudan”.
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Hace dos años Diana empezó el proceso de la Fundación Cultural En Escena junto a su actual pareja Rolando Rodríguez, la academia nace a partir de una serie de ideas, “teníamos procesos en comunidades y teníamos locas ideas que divagaban en la cabeza de él y en la mía, muchas ganas de hacer cosas diferentes, de innovar, de hacer cosas nuevas, cosas que rompieran con la monotonía y con lo que siempre se ve en Ibagué” asegura Diana. Con esas expectativas buscaban crear una academia capaz de demostrar que la danza cambia vidas, y lo han logrado hasta el momento.
Lunes, martes, miércoles, viernes y sábados desde las dos de la tarde hasta las ocho de la noche son los días y horarios de ensayo de la Fundación, sus horarios son amplios para que se ajusten a cada uno de los integrantes, hay niños de colegio, varios están en la universidad y algunos otros trabajan, se acomoda de tal manera que todos puedan cumplir 17 horas semanales. En Escena está integrada por personas de todas las edades, van desde los 6 hasta los 48 años sin ser separados por grupos, todos bailan juntos como en familia para enseñarles que sin importar la edad, todos deben trabajar de la misma manera, equitativamente, demostrando las diferentes habilidades que cada uno tiene a la hora de bailar, siguiendo secuencias y aprendiendo los unos de los otros.
La academia busca mostrar la competencia buena, cada uno debe luchar por una posición, no hay puestos fijos, se debe trabajar duro sin pasar por encima del otro, por esto motivo cada uno de los chicos antiguos cuenta como un ‘profesor’ más en la fundación, son ellos mismos quienes se encargan de enseñarle los pasos a sus compañeros… el grupo debe avanzar completo, si uno no se sabe la coreografía como es, el grupo bajaría el nivel al instante y cada chico lo sabe. Diana afirma “cuando enseñas aprendes más, cuando enseñas tienes que desmenuzar tanto el paso, tienes que tenerlo tan claro para poderlo enseñar así que no hay opción de error”.
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La parte que más se resalta de la academia es que se trabaja desde la emoción, desde cada uno y quién es. Diana quiere estudiar psicología para poder involucrarse más en este tema. Esta parte de la danza se enfoca en conocerse y reconocerse a sí mismo, es decir poder manejar realmente quién y cómo eres en cada una de las facetas, en saber que pasa por tu cuerpo y mente cuando hay algún estimulo que lleva a sentir una emoción, que va a causar una reacción positiva o negativa, Chata busca que los muchachos sientan cada movimiento que hacen mientras bailan y la emoción que causa en ellos, que su público sea capaz de sentir lo que transmiten mientras bailan, que sea capaz de conectarse con su sentir, con emociones, alegría, miedo, tristeza, entusiasmo, etc.
Machela se fue apasionando con el tema del ser humano gracias a la ayuda que le brindó Tatiana cuando llegó al Gimnasio Campestre, y desde ese momento “empecé a trabajar desde lo que es cada quien, desde tu propia realidad y así esto puede permitirte realmente expresarte porque la danza es una forma de expresión, entonces como es una forma de expresión debes expresarte a través de ella pero no debes expresar lo que otros quieran sino que debes expresarte como tu realmente eres”.
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Irene Mosquera de 48 años es la mayor estudiante en la academia, su sobrino y el hijo de la profesora practicaban fútbol en la misma academia, un día Diana estaba promocionando unas clases de cardio-rumba los días miércoles, así que Irene quiso ir a probar junto a su sobrino y su cuñada, a los ocho días regresó porque la clase le había gustado y Diana se le acercó a preguntarle si alguna vez había bailado; Irene hizo parte de una academia de baile en Cali pero nunca se había presentado porque tenía un complejo por su cuerpo, cuando Diana supo esto la invitó a hacer parte formal de la academia, y le dijo que fuera a ensayar el sábado siguiente, Irene fue y se sintió muy a gusto al ver que nadie la excluía y cuando le preguntaron que si iba a volver ella dijo muy segura que sí, y que además quería tener nuevas amistades. Al final del ensayo “yo le dije a la profesora que nunca me iba a presentar y ella con su sonrisa toda bonita me dice vamos a ver, esperemos”.
El miedo de Irene era sentirse rechazada por ser la mayor, pero ella sabía que debía amoldarse a ellos, y desde ahí empezó su proceso, ella continuó bailando, y se fue metiendo en el corazón de cada uno de los niños, “ellos no ven la edad en Irene, ellos ven la capacidad de bailar en Irene, pero yo aún seguía con mis complejos”. Su primera presentación fue El Tercerazo y sus nervios se podían sentir desde lejos pero ella quería hacerlo, por primera vez quería presentarse “ese día que nosotros íbamos por la calle íbamos todas bonitas, todas maquilladas y arregladas, la gente nos admiraba y me saludaba”, desde ese momento Irene empezó a sentirse más segura de sí misma, se dio cuenta que para el público ella era igual que sus compañeras, que nadie se burlaba de ella.
En su proceso lo más importante es el apoyo que le dan sus profesores y compañeros, o como ella los llama hermanos porque los considera su familia, cada uno de ellos le genera confianza en sí misma, en quien es y en lo que es capaz de hacer. En la vida de Irene el baile lo es todo, el baile llena los vacíos que tiene y ella quiere morir haciendo lo que le gusta, bailar. Hoy en día las personas se le acercan a felicitarla, y a pesar de su complejo que aun aparece por momentos ella sabe que bailar es lo que le gusta, es lo que la hace feliz, así que lo hace con el corazón le gusta que la admiren y que sientan lo que hace, y se siente segura de que cuando bailan en grupo se convierten en uno solo, que todos deben hacer lo mismo, seguir un mismo ritmo, porque “bailar es alegría, es compartir”.
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La academia la ayudó a mejorar, a sentirse mejor consigo misma, con quien es, generó seguridad en lo que hace y cada vez se esfuerza más por dar lo mejor de sí en el escenario. “A mí me ha cambiado mucho la academia en aceptarme, porque yo no me aceptaba, ahora tengo mucho apoyo de la profe y la quiero mucho, ella está siempre para mí y a los muchachos se les nota que me quieren con su alegría cuando yo llego”. Ella ha crecido mucho como persona desde llegó, y su mayor sueño en estos momentos es ser reconocida nacional e internacionalmente con la academia, asegura que Dios cambió totalmente su vida pues la Fundación fue lo mejor que pudo haber puesto en su camino.
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