

DESEMPOLVANDO LAS CINTAS





Por: María Paula Anaya Caicedo
La historia de los antiguos cinemas de Ibagué, contada por quienes la vivieron y sustentada por los registros de aquella época dorada
En una tarde muy calurosa, el pasado 30 de agosto, mis compañeras Jessica Cruz, Laura Arboleda, Laura Feria y yo, teníamos la labor de desempolvar todos aquellos recuerdos de teatros o cinemas que se localizaban en el corazón de Ibagué, principalmente, obtener información directa de las personas que se involucraron con algunos de estos lugares de reunión y socialización para los ibaguereños.
Ya pasada las 3:00 de la tarde, iniciamos nuestro recorrido al centro de Ibagué, con la intención de estar atentas a cualquier información o dato que podamos recuperar, exactamente media hora después llegamos al acordado punto de encuentro, el centro comercial Combeima, sin embargo minutos antes notamos que el Teatro Tolima, el único teatro existente en Ibagué actualmente, estaba totalmente empapelado con funciones futuras, de reconocidos comediantes y cuenteros colombianos, quizás con el fin de robar unos minutos al televisor, y dedicárselos al arte. El implacable sol nos obligaba a refrescar la garganta, y aprovechamos el momento para beber una limonada, en una antigua cafetería de esta zona, donde decidimos y socializamos nuestro futuro trayecto a recorrer, pero pasados 10 minutos, y ya a punto de salir notamos una foto de antaño, en la cual se destacaba su arquitectura fina, alusiva a la de un teatro, nos acercamos y evidentemente era el Teatro Torres, inmediatamente en nosotros suscitó un deseo de intriga y curiosidad ante este teatro, pues para nosotras no era común ni conocido aquel cinema.
Con la sed de información, nos dirigimos al primer lugar determinado anteriormente, este daría paso al inicio de nuestra recolección de información, así que comenzamos donde anteriormente se encontraba el cinema Metropol, que tuvo más de 35 años de vida útil. Hoy en día es un gigantesco parqueadero, con más de dos plantas para satisfacer la demanda vehicular, se percibieron decenas paredes de concreto, con luminosas franjas negras y amarillas, y avisos indicando la velocidad limite; cuando recorrimos la entrada del parqueadero al tiempo me transporte diez años atrás, cuando me encontraba en cuarto de primaria, y el colegio Liceo Nacional llevaba al mejor curso al Metropol, recuerdo las ansias infinitas al hacer la fila para entrar a la película y los innumerables rumores desagradables sobre las salas y comida del cinema.
Ya estando en la planta inferior del ahora nombrado Edificio Metropol, ubicado en la Cra 2 número 11-80-82, y dentro de las cuatro paredes de grueso concreto, abordamos al celador del parqueadero, llamado José Ospina, quien nos recibió de una manera muy agradable y jocosa, e intentando parecer que predecía el futuro, pues ya sabía que éramos estudiantes de Comunicación Social y Periodismo, y la información que deseábamos recolectar, gracias a unos compañeros de la misma materia, que habían ido hace unos días a ese mismo lugar. Pero nuestra conversación fue efímera, ya que según José Ospina, Diomedes Poveda era la persona indicada para ayudar a saciar y complementar nuestra travesía, pero sola y únicamente en la noche, más exactamente a las siete de la noche, en el mismo lugar, en el histórico edificio Metropol.
Sin importar, el testimonio de José Ospina, con prisa nos dirigimos al próximo lugar establecido, el Teatro Real, ese día no teníamos muy claro donde se ubicaba exactamente, así que en la carrera tercera, cerca de la Gobernación del Tolima, hablamos con unos cuantos vendedores informales, que a pesar el ruidoso tráfico y decenas de hombre y mujeres transitando por nuestro alrededor, logramos presenciar que algunos ibaguereños aún no tienen muy claro cuáles fueron los teatro que se ubicaron en la zona, porque entre ellos mismos dudaban y discutían cada uno de los nombre y ubicación de dichos teatros. Después de unos cuantos minutos, y sin poder recolectar información suficiente, caminamos unos cuantos metros por la carrera tercera, más precisamente al Pasaje Real, un moderno establecimiento comercial, constituidos por almacenes con infinidad de productos de todo tipo, para comercializar. Uno de esos locales, nos llamó la atención, al momento de entrar nos vimos invadidas por armas de fuego, de todo tipo y tamaño; allí hablamos con Oscar Rubio, encargado de esta destacada y sofocante tienda de armas, el comento que : “El teatro que quedaba allí, el Real, era el nuevo de todos los teatros, pero ya se acabó, el local lo compro Gustavo García, que es el dueño de lo joyería Orient, así que el que les puede ayudar con eso es el propietario, la joyería queda allí enseguidita”, igualmente nos compartido una breve descripción de los teatros de Ibagué, lo cual nos ayudó a ubicar más fácilmente el resto de nuestro recorrido.
Ya con el sol a medias, se acercaba las cuatro de la tarde, decidimos ir al anterior Teatro Imperial, donde nos vimos envueltas en una muy penoso confusión, al equivocarnos de lugar, porque nos dirigimos a una peluquería llamada “imperio”, pero después de unas cuantas preguntas a las personas del sector, por la calle 12, logramos ubicar el lugar donde solía ubicarse el teatro, según Gustavo Hernández, vendedor informal, “Ahí se ubicaba el Teatro Imperial, hace más de 15 años que pertenecía al señor Ramírez”, por más que insistimos saber el nombre del que era dueño de este teatro, Gustavo Hernández seguía firme con su afirmación: “El señor Ramírez”. Después de la seca charla, anteriormente mencionada, decidimos entrar al Parqueadero, donde antes el Imperial reproducía films de la época para amantes del cine, dio la coincidencia que, en el Metropol también se imponía un parqueadero, sin dejar rastro, ni una señal de lo que fueron estos dos cinemas, para las nuevas generaciones, estos solo vivirán en la memoria de aquellos que asistieron a presenciar las casi dos o hasta más horas que duraba por lo general una película. Al adentrarnos al parqueadero presenciamos un gigantesco espacio oscuro y un impregnante olor a polvo, con similitud a una salón teatral, con una puerta mediana, y otra pequeña en la parte superior, quizás los nuevos dueños del establecimiento no modificaron todos los detalles del espacio.
Es como si la imaginación recreara aquellos días, donde los teatros estaban en furor, era una actividad constante para jóvenes de la ciudad ir a compartir su tiempo con amigos, familia o amores prohibidos. Como el caso de Claudia Guacanez, quien iba generalmente a cinema Metropol, “El teatro solo tenía una sala, en la entrada al lado izquierdo se ubicaba la confitería, en la cual no vendían maíz pira, tenía dos palcos uno al lado derecho y el otro al izquierdo, el parqueadero quedaba al lado, es el que todavía existe en la segunda entre 12 y 13. A mí me gustaban mucho las películas de vaqueros, pero daban todo clase de películas”, Además de su agradable experiencia personal en el teatro, nos dijo que este pertenecía a la familia Raful, que después de unos años de funciones, lo vendieron a los Ramírez, al señor Ramírez.
Al seguir con nuestro rumbo predeterminado, yendo carrera tercera abajo, notamos que entre la muchedumbre de personas enmascaradas por un expresión seria, jóvenes distraídos con sus auriculares a máximo volumen, como si la música los llevara por la vía, y niños cansados, con lágrimas en sus mejillas tratando de persuadir a sus padres, para comprar una tontería que no dura más de un día; se encontraban dos personajes visualmente interesantes, Josep Campos y William Polo, quienes estaban disfrutando de una conveniente charla, hasta que nuestra improvista interrupción los hizo olvidar de aquel tema por el que platicaban, en ese mismo instante William Polo, lotero de profesión, nos indico la ubicación y nombre de cada uno de los teatros, de los cuales el disfrutaba hace unos años, hace ya unos 25 años, pero uno de los comentarios sueltos, que salen a relucir cuando ya se entra en confianza fue, el Teatro Nelly, anteriormente el Teatro Doral, sin saber muy bien donde se encontraba, inició un pequeño debate entre Josep Campos y William Polo, para así definir cuál era la verdadera locación del Nelly, después de casi dos minutos discutiendo, afirmaron que el teatro nombrado anteriormente, era muy popular gracias a la reproducción de películas para adultos, entonces los jueves de cada semana, el público estaba expectante para ver cuál estreno podría ser de aquel especifico interés.
En seguida de aquella charla agradable pero un poco picaresca, tuvimos dos intentos fallidos, el primero fue el Teatro Julio Cesar, el cual se ubicaba en la calle 15 entre segunda y tercera, al momento de llegar a aquel lugar, notamos que a comparación de los otros establecimientos comerciales, donde se encontraba el Teatro Julio Cesar, es el edificio más alto de la cuadra, adornado por una estructura particular, estéticamente diseñado, y con pintura color rojo y amarillo pálido, evidentemente en mal estado, aquella construcción oculta por coloridos y desaliñados anuncios comerciales, pareció como si cada vez que el tiempo aumenta, así mismo disminuyera su atractivo e historia en el corazón de Ibagué. Y el segundo fue el Teatro el Doral, que se encontraba ubicado más popularmente enfrente de los Panches, es decir, por la carrera tercera entre 15 y 16. Me imagino ese lugar hace unos años, dicha calle con el teatro anunciando estrenos, y con personas siendo una fuente de vida y progreso para el Doral, a pesar de esto, lo que antes era un cinema, ahora es un enorme y aplastante almacén de cadena a nivel regional, que robo hasta la imagen de lo que fue y paso en ese lugar, aquel martes solo fue una calle inundada por vendedores, promocionando y fomentando contaminación auditiva, y gritando a viva voz sus productos, como las tonterías de las que los niños se enamoran.
Posteriormente, con la esperanza de que Diomedes Poveda lograra alimentar y dar rumbo final a nuestro día, tomamos rumbo, sin pensar demasiado a un restaurante, a eso de las seis de la tarde, con el fin de matar un poco de tiempo y obviamente comer algo, sin darnos cuenta el tiempo se nos fue volando, y al mirar inesperadamente el reloj, ya eran las siete de la noche. Así que nos dirigimos rápida y nuevamente hacia el edificio Metropol, para poder por fin hablar con Diomedes Poveda, pasando por alto que nuestra visita era inesperada, afortunadamente el antes trabajador del cinema Metropol, nos dio la oportunidad de compartir con él su antigua, pero aún clara historia.
Diomedes Poveda, por más de 20 años trabajo en el cinema Metropol, que entre cintas y proyectores, se desempeñaba como portero del cinema, quien nos destacó que durante tres años no era portero fijo, si no que realizaba relevos para los trabajadores de planta, pero todo mejoró cuando el portero fijo que había en la época, después de trabajar 28 años allí, se retiró, y Diomedes Poveda vio allí su oportunidad. Después de un minuto de la conversación, nuestra intriga hacía que nuestras palabras se cruzaran con las del el, puesto que queríamos saber cada detalle sobre cómo funcionaba el cinema, como por ejemplo los estrenos los enviaban desde Bogotá, por medio de un programador, quien tenía la fundamental misión de comunicarse constantemente con las casa distribuidoras de cine ubicadas en la capital de Colombia, las cuales recibían películas de compañías cinematográficas de Estados Unidos, como Fox y Pictures Studios. Un largo viaje entre distintas capitales del continente americano, hasta llegar a Ibagué, en esa época se pudo establecer los tardíos estrenos cinematográficos para la capital musical e incluso para Colombia misma, Diomedes Poveda afirma: “cuando las películas eran buenas, de acción, eso se llenaba, en especial los fines de semana, pero cuando las películas eran buenas, y de estreno, se llenaba todos los días”.
Sin embargo, al preguntarle sobre los nuevos cinemas, en los mega centros comerciales, se evidencia su desconocimiento, ya que su zona de confort eran los cinemas, pero los antiguos, aquellos que pedían prestadas las películas, sacaban copias y así podían reproducir un famoso y espero largometraje. Seguidamente, ya pasados unos minutos se nota su cara de descontento, al decir cuando fueron cerradas las puertas del cinema Metropol, el 31 de agosto del 2006, para Diomedes Poveda es tan clara esa fecha, que no duda ni unos segundos para pronunciarla, pero en dicho momento no cerró solo el Metropol, teatros como el Doral, Real y el Julio Cesar, dejaron de funcionar el mismo día porque pertenecían al mismo dueño, quienes eran Gustavo Rojas, descendiente de Gustavo Rojas Pinilla y su esposa Nelly Ramírez, quien falleció aproximadamente hace 6 años.
De su legado cinematográfico dice Diomedes Poveda: “ solo queda el corral, es decir, todas las paredes, el desierto”, del entonces Metropol conformado por tres pisos, pero con solo una sala, la cual proporcionaba capacidad para 625 personas, al parecer la cadena de teatros de Gustavo Rojas, se conformaban por una sala audiovisual enorme, como el Doral que era el teatro más grande de todos que tenía capacidad para 750 personas, Julio Cesar 325 sillas disponibles, y en el Real podrían entrar 320 amantes del cine. Ya siendo casi las ocho treinta de la noche, casi al finalizar la entrevista, notamos que en estos cines ya no estará corriendo solo una copia de una película, para reproducirse en estos teatros, y así Diomedes Poveda no tendrá que calcular el tiempo de nuevo para recibir o entregar dichas copias, que ahora son una empolvadas cintas, que pasaron por los ojos de muchos, que quizás en su memoria aún este el contenido de esta crónica.