

DE LOS CINES SÓLO QUEDA EL CUENTO



Por: Laura Camila Olaya Torres
Memorias de los cinemas, una historia contada desde la vivencia de varias personas que vivieron en la época en la que la capital musical de Colombia contaba con más de cinco cines alrededor de la ciudad.
Es sábado 19 de Agosto, 6:30 de la mañana y me levantó con un fuerte dolor de cabeza. No es usual despertarme tan temprano, mucho menos después de una noche de fiesta con mis amigos en uno de los mejores bares de la ciudad. Tengo en mi memoria cada suceso de la noche anterior. Recuerdo que nos encontramos desde muy temprano, eran como las 8:00 pm más o menos. Nunca nos habíamos alistado tan rápido (en especial las mujeres), pero queríamos aprovechar toda la noche. Llegue a mi casa a eso de las 3:30 de la mañana, y como no me iba a despertar con resaca si había bebido tanto.
No me pude volver a quedar dormida. Entonces recordé que hoy teníamos un almuerzo en la casa de uno de los grandes amigos de mi abuelo, Don Jaime Valderrama, el popular Condorito. Decidí arreglarme con anticipación para no tener que correr y apurarme horas más tarde para llegar a tiempo a la cita con mi familia. Yo no tenía la menor idea de quién era Don Jaime Valderrama, lo único que conocía era el gran aprecio que mi abuelo, Enrique Olaya le tenía.
El almuerzo era a las 2:00 de la tarde, pero como siempre mi hermana Julieta Torres, no estaba lista a tiempo. Mi mamá y mis abuelos, Raquel y Enrique ya estaban desde la puerta apurándonos a todos para poder llegar cumplidos. Llegamos a la 1:30 de la tarde. La casa de don Jaime, una casa antigua, con corredores largos y con varias habitaciones, antejardines llenos de cualquier cantidad de flores y muebles que tenían más de 40 años, pero que parecían como nuevos.
Al entrar a la casa y de la mano de su nieto, nos recibe con una gran sonrisa don Jaime Valderrama. Mi abuelo, lo saluda de la manera más jocosa y alegre, como cuando le regalan el dulce favorito a un niño. Todos se saludan de abrazo y como siempre, la típica frase “como estas de grande” me la dice don Jaime apenas me ve pasar por el umbral. Yo a penas si recordaba su nombre. El almuerzo estaba listo casi que a las 2:00 en punto, la puntualidad era algo que caracterizaba a don Jaime desde siempre, me dijo mi abuelo.
Como era costumbre, después de terminar el almuerzo, siempre servían café, era algo que no podía faltar. Yo no suelo tomar, pero decidí acompañarlos, a pesar de que estaba haciendo un calor que parecía que tuviéramos el sol a pocos metros de nosotros.
Don Jaime Valderrama y mi abuelo, Enrique Olaya, estaban sentados en la sala, tomándose el segundo café de la tarde, y eso que apenas eran las 4:00. Mi mamá, mi hermana y mi papá ya se estaban despidiendo, pues tenían otras cosas que hacer, yo decidí quedarme a acompañar a mis abuelos.
Siempre me ha gustado escuchar las historias que tienen para contarnos las personas como mi abuelo. Estaba sentada muy cerca de ellos y pude escuchar a lo lejos como don Jaime le mencionaba a mi abuelo la forma en que la tecnología había avanzado y que de esa misma manera había acabado con muchas cosas, una de ellas, los cinemas en la Capital Musical de Colombia, Ibagué.
Más o menos tenía idea de alguno de los cines que había anteriormente en la ciudad, incluso recuerdo que cuando tenía 7 u 8 años fui a ver mi primera película en uno de los más recordados, el Metropol. Me acuerdo como si hubiera sido ayer, fue pollitos en fuga y después de esa, alcance a ir otra vez más. Después de esa última vez no recuerdo que hubiéramos vuelto con mi familia.
Don Jaime Valderrama ha sido dueño por más de 40 años de una caseta donde vende de todo un poco, dulces, revistas, líquidos, galletas, etc. Está ubicada justo diagonal de un edificio verde, llamado Metrópoli donde anteriormente estaba el cine Metropol y donde ahora se encuentra un parqueadero, un juzgado, una registraduría delegada para el departamento, una oficina de abogados y que se ha convertido en una especie de centro comercial, dice él. Cualquiera que pase por allí y que no haya vivido en Ibagué, ni por enterado se da que en ese lugar hace más de 10 años existía un cinema.
“Del teatro Metropol sólo queda el cuento”, la frase que dice Don Jaime al recordar sus idas al cine con su esposa. Me siento con ellos y muy atenta sigo escuchado su conversación. Lleva 45 años de su vida trabajando en ese lugar, tiene 73 recién cumplidos y habla con una fluidez de los cinemas que parece que hubiera estado hace poco en uno de ellos. No va a cine hace 15 años y recuerda que la última película que vio fue una de Cantinflas, antes que él muriera, pues era un gran admirador. Recordaba también que en ese tiempo, al lado del cine había un almacén donde se pagan todos los servicios, agua, luz, gas, entre otros y entre risas con mi abuelo, se les viene a la memoria, la época en la que las luces de la ciudad se apagaban a las 10 de la noche.
Tengo un matrimonio con mis papas a las 9:00 de la noche, son las 6:00 de la tarde y yo estoy demasiado entretenida con todas las historias que tienen mis abuelos y don Jaime para contar, aunque ya debería irme para tener tiempo de arreglarme, decido quedarme otro poquito más. Cinco minutos más tarde suena el timbre, aparece Pedro Sosa, un historiador y amiguísimo de don Jaime y mi abuelo. Se une a la charla y entre risas, comienzan con nuevas historias.
Los tres coinciden en que los cines en ese tiempo, 30 0 40 años atrás eran mucho más baratos y que con poco se podía comprar mucho, en especial cuando se trataba de comida, los bizcochitos, los dulces, dice Pedro Sosa.
En el tiempo de los cinemas o bueno, en la época pasada, éramos como más juiciosos, le escucho decir a Pedro Sosa, que siempre comentaba todo con una sonrisa de oreja a oreja. Continua explicando que se conquistaba con un estilo más bonito, más romántico, no como ahora, que se conocen y ya en la madrugada están en un motel, sueltan la carcajada todos, y me pongo a recordar la noche anterior. Algo similar le paso a un amigo mío, y entre tantos recuerdos de esa noche, suelto la cargada yo también, y me sonrojo.
Pedro Sosa había llegado acompañado de Ricardo Arcecio Rodríguez, un amigo de los tres y que era medio corrido de la cabeza. Ricardo Rodríguez, siempre se ve por los lados de la segunda y la tercera, muy vigilante, todos los días. Él tampoco se queda callado, y recuerda que el Metropol y el cinema Imperial eran de los más elegantes que había en la ciudad y que le encantaba ir a ellos. El Metropol era muy elegante dice él, muy bueno y económico, pero todo eso ya cambio por la tecnología, el avance, la ciencia. El color de las cortinas siempre combinaba con el de las sillas, rojas. En cambio en el imperial, eran siempre verde oscuras, muy elegantes y sólo había una sala de cine en casa todos los cinemas de la ciudad que eran alrededor de seis.
Ya son las 7:30 de la noche, mis abuelos aún no se quieren ir, pero me apresuro a despedirme de todos porque mi mamá no para de llamarme. De camino a mi casa, en el taxi, miro por la ventana y paso frente a lo que era el Metropol y recuerdo mis primeras veces en el cine, me da un poco de nostalgia, pues aunque no viví mucho tiempo esa época en la que habían varios cinemas en la ciudad, creo que para mis abuelos y personas como don Jaime debe ser bonito recordar los momentos de aquella época, y aquellos recuerdos de todos los lugares donde anteriormente existían los cines.
Me doy cuenta cómo han cambiado las cosas, y para mal o para bien, también me doy cuenta de que más adelante, cuando yo este como mi abuelo, todo lo que considero hoy nuevo, innovador o diferente, años después solo terminaran siendo parte de los recuerdos, pues tarde o temprano todo va desapareciendo.