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Tejiendo Historias

Por: Maria Paula Núñez

E

 L pasado 3 de febrero, emprendí un trabajo impresionante. Ese día recordé que un periodista basa su trabajo en la reportería y observación. Aquella tarde calurosa a eso de las 3.00, imaginé como sería trabajar con esas mujeres y hombres dedicados a la confección y diseño de prendas.


Al día siguiente, 4 de febrero, se desencadenó una gran tormenta, algo tan fuerte pero fugaz. Eso no impidió a pesar de no tener un paraguas que me cubriera el cabello recién arreglado, para salir a conocer un mundo, que estando dentro de la ciudad, es poco visible para quienes vivimos en ella.

Recorrí gran parte del barrio Jardín, en busca de ese primer encuentro y acercamiento con esas personas que se dedican al trabajo textil en la ciudad.


En compañía de mi amigo Sebastián López, localizamos en una gran casa esquinera un local, decorado con dos máquinas: una máquina de punto y otra para bordados, metros de color azul, agujas grandes y pequeñas y retazos de pantalones escolares, faldas y blusas que se encontraban regados por todo lado. Al entrar se encontraba una mujer y su joven hija emprendiendo su labor del día.

Esta tarde lluviosa, me acerqué para conversar con ellas. Al observarlas mire la precisión con la que trabajaba una mujer y su hija elaborando las tareas más pequeñas de este oficio. Una de ellas me comentó que su negocio era de aquel hombre alto, moreno y delgado. El señor Eranio Polania. Un hombre dedicado a su trabajo y a su familia.

Esta tarde del día 4 de febrero, observé ese lugar y cada movimiento que realizara don Eranio. Ágil, reservado y tímido, respondía a cualquier pregunta que yo le hiciera. Sus manos no temblaban, ya que parecían carros a 100 km por hora. Él arreglaba una prenda en cuestión de 30 minutos y al terminar, las arreglaba por tallas para luego colocarlas en venta.

Tiempo después a eso de media hora, su querida esposa entró silenciosamente, se paró detrás de mí y fijo la mirada en su esposo como un gesto de aliento. Eranio no dudó en mirarla y desde allí, su timidez desapareció.


Al terminar nos dirigimos a la puerta para salir de aquel lugar, en donde el primer encuentro con él, me propicio gran información sobre esta labor tan olvidada en esta pequeña ciudad de Ibagué.

Cada recorrido, el ir hablando con diferentes mujeres y hombres dedicados a este gremio, nos hacía evocar eventos 20 años atrás, cuando las antiguas generaciones crecían al lado de sus madres que realizaban tanto el trabajo de la casa como el trabajo de modista.


El lunes 6 de febrero en horas de la tarde, Claudia Inés me relató en la sala de su casa, como antes el oficio de una modista se valoraba. Al observarla, su tono de voz reflejaba lo gratificante que era recordar el pasado, cuando las madres iban al centro al comprar telas y al llegar a casa, confeccionaban a sus hijas prendas exclusivas.

Mi abuela se dedicaba a su hogar y a su trabajo como modista. En ese tiempo, abundaban en la ciudad de Ibagué aquellas mujeres que, a través de los figurines, confección y bordados, tenían gran cantidad de clientes que buscaban en ellas, obtener prendas diseñadas y al gusto de sí mismas. Al hablar con mi madre de la labor de mi abuela, empecé a conocer la historia de mi propia familia y de mis allegados que salieron adelante y se ganaban la vida por medio de la industria textil.


En los años 60 y 70, mi bisabuelo Apolinar Romero viajaba una vez al mes a la ciudad de Bogotá para comprar figurines y así, ofrecerlos a las modistas del Barrio Jordán y sus alrededores. Él, le guardaba algunos a mi abuela que, por medio del trabajo de su padre diseñaba prendas únicas para mis tías Amanda y Cristina y mi madre.

En el trabajo de observación, pude visualizar que era una labor admirable, poco valorada y como desde un periodismo investigativo, puede hacer visibles a muchos personajes dedicados a ser modistas.


Al día siguiente martes 7 de febrero, mientras iba en el carro con mi mamá, recorrimos gran parte del barrio Jordán para encontrar lugares y negocios de diseño y confección. Muy temprano, muchas personas ya se encontraban laborando en sus sitios de trabajo. Decidí bajarme y hablar con una de ellas. Eran las 8.00 de la mañana y Ruth González, ya se encontraba trabajando frente a su máquina de coser. Tenía dos máquinas de punto, un vistiere donde sus clientes se medían sus diseños, todo tipo de agujas y metros por doquier.

En ese momento, ella se concentraba en arreglar la cremallera de un pantalón, que una de sus clientas recogería en horas de la tarde. Me di cuenta al mirar el reloj, que le señora Ruth no paraba de cocer y a cada clienta que llegara con una prenda, ella no dudaba en atenderla. Su negocio tiene alrededor de 25 años, un poco menos de los que tiene ella. Me levanté al instante y le agradecí por su tiempo y al salir, me grito que podía volver en cualquier momento.

Después del fin de semana, retome mis estudios a eso de las 7.30 de la mañana. El trabajo de reportería estaba en marcha. Al pasar las horas, a eso de las 4.00 de la tarde, me dirigí donde una modista amiga. Entré al local en donde trabaja Luz Marina Londoño hace cuatro años.


Me senté frente a ella, para observarla durante un largo rato y ver la prenda que diseñaba con sus manos. En ese momento, empezamos a tener una conversación como si fuésemos conocidas de toda la vida.


Ella empezó a relatar su presente, en donde comentaba que era trabajar para ella en este oficio. Relató una anécdota cuando uno de sus clientes no quedó satisfecho con el arreglo de su pantalón, y que ella con su buen humor lo convenció para entregárselo al día siguiente y dejárselo a la medida perfecta. Para ella, su único presente es su hijo de 23 años, estudiante de ingeniería y sus dos hijas de 17 y 19 años de edad.

Entre risas, esas horas que conversamos se pasaron velozmente. Sentadas una frente a la otra, miraba alrededor su lugar de trabajo, el cual compartida con su jefe la señora Ángela Gloria Gómez. Un espacio limpio, cálido, acogedor y sereno.


Mientras Ella terminaba de arreglar una prenda y finalizaba nuestra conservación, sus clientas y vecinos pasaban minuto a minuto y no dudaban en saludarla. Pase la mayor parte de la tarde dialogando con ellas. Poco a poco me fueron reconstruyendo su pasado y cómo fue que lograron llegar donde están ahora. Primero empezó Luz Marina, tuvo una infancia difícil, sin la presencia de su padre y a pesar de los tristes recuerdos, cuando fue maltratada por su cuñada y su hermano ha podido salir adelante como costurera de vocación para velar por sus tres hijos.

Al despedirme, mientras bajaba las escalaras en forma de caracol, nivel por nivel podía observar que aquel edificio comercial, por donde mirara la mayoría de locales eran de mujeres independientes, que a cualquier hora están trabajando al frente de sus máquinas de coser.


A eso de las 8.00 de la noche, mientras transcribía todo aquello que me relató Luz Marina, me daba cuenta de que hoy en día es un trabajo complejo y que toma mucho tiempo y dedicación. Durante la tarde que estuve allí, solo entraban de dos a tres personas, buscando el servicio de estas dos grandes modistas. Pero, aún así, miraba el estante que tenían allí y estaba repleto de pedidos por entregar o arreglar. Anteriormente este oficio se movía bastante en Ibagué, en donde se comercializaban telas y personas de otras ciudades, principalmente Medellín, venían en busca de telas e innovación textil.

Al pasar tres días, decidí volver para conversar con Ángela Gloria Gómez. Ella todos los días se desvela, para entregar a tiempo diseños exclusivos a sus clientas. Ese día, las dos decidimos que el diálogo anterior había quedado incompleto y ella, una mujer carismática quería hablar de su profesión como modista. A eso de las 3.00 de la tarde, mientras la miraba trabajar, observaba que tanto ella como Luz Marina, sabían desarrollar fácilmente su talento.

Doña Ángela, tiene su propio negocio hace más de 13 años ubicado en la carrera 5 cerca al barrio Jordán, en un edificio comercial. Este se encuentra en el primer nivel, pero su local de confección no era el único en este lugar. Me di cuenta al observar a una pequeña niña, que se dirigía a su negocio. Era su nieta que bajaba a cada momento para ofrecerle un dulce. Le seguí el paso a la niña, en donde entro a un negocio, con la misma ambientación que el de su abuela. Baje con la curiosidad de saber porque aquella niña había entrado allí, preguntándole con discreción a la señora Ángela. Ella no dudó en responder que era su hija y que, el año pasado, había decidido abrir su propio negocio de diseño y confección igual que el de su madre.


Esa tarde no dure más de una hora, me despedí de ellas y con un gesto les agradecí por su tiempo, pero que además le hice saber que cualquier día podría volver para dialogar con ellas.

Tejiendo las historias de mujeres y hombres dedicadas a esta profesión, en cada entrevista y en cada local visitado, encontraba relatos similares y situaciones que hacían de ellas, personas únicas y con características comunes.


Desde el centro hasta el último rincón de Ibagué, son muchas las personas que convierten su hogar en lugares de trabajo. Somos varios jóvenes periodistas que estamos emprendiendo este trabajo, recorremos toda la ciudad en busca de talentosos personajes, que deseen abrir sus puertas y mostrar el arte que confeccionan con sus manos. 


Desde hace un mes, el ir de puerta en puerta, la mayoría de mujeres con las que intercambiaba ideas, hablaban de su pasado y que, desde su infancia, todo este arte lo aprendieron de otras mujeres que eran sus propias madres y sus primeros pasos fueron con las maquinas que ellas mismas le regalaban.
No todas son oriundas de Ibagué. Al escuchar sus historias, cada una de ellas vivían en municipios cercanos o hasta en Ibagué, pero en barrios populares. A través de este recorrido, he encontrado muchos lugares en donde la necesidad económica abunda. En el barrio Jardín y Santander, se encuentran entre 2 o 3 casas, en donde muchas mujeres por su propia cuenta, abren sus microempresas de confección para conseguir estabilidad económica y ofrecer sus servicios a la comunidad donde viven.

Dos semanas después, fui otra vez a verme con el señor Eranio. Su local estaba lleno de prendas recién confeccionadas y su esposa, trabajaba en la maquina arreglando un vestido. Le ofrecí la invitación ese día, para conversar más a fondo sobre su trabajo. Le pregunte esa tarde que necesitaba él para trabajar, con una sonrisa y su mano masajeando el poco cabello que tiene, respondió que nunca debe faltar la dedicación y sus máquinas.


Los dos dirigimos la mirada a su esposa, que mientras trabajaba, se reía de todo aquello que su esposo dijese. Media hora después, a eso de la 5.00 de la tarde don Eranio organizaba los estantes, para ubicar prenda por prenda en su lugar y poderlas vender.

El pasado 3 de marzo, me dirigí a la Universidad para dialogar con la señora Irene, al observarla pude percibir que sus manos reflejan el trabajo que ella realiza todos los días, para satisfacer el gusto de sus clientas. Ella nos relató por una hora y media su pasado, sus experiencias y el presente de la industria textil en Ibagué. Ella tiene características comunes, como otras modistas que se desempeñan en el diseño de prendas. Su diálogo, construía la historia de miles de mujeres independientes en su trabajo y como hace 30 años, se ha ido sobrevalorando la industria textil en la ciudad. Los bajos costos que venden sus productos y lo difícil de complacer a hombres y mujeres con diseños exclusivos.

Al llegar a casa, me senté y prendí el computador, en donde empecé a tejer la historia textil de Ibagué. A cualquier persona que le preguntara, coincidían sobre el comercio de telas y la exportación de prendas de algodón.


En años pasados, Ibagué lideraba el sector textil de la ciudad, ocupando el tercer puesto a nivel nacional.

Al día siguiente me parecía poca la información que había encontrado sobre la trayectoria textil y quiera preguntarles a esas mujeres y hombres que ejercen esta profesión, que más conocían sobre el tema. 
 Esperé que llegara el fin de semana, no tuve oportunidad de hablar con alguno de ellos. Por eso, ese mismo día en horas de la mañana, prendí de nuevo el computador y comencé a leer aquellas notas que los demás compañeros de clase habían construido.

Esa misma mañana leía una tras otra, leyendo cada línea escrita. Todo era impresionante y observaba las historias pasadas y presentes de todas esas mujeres. Cada una de ellas, quisieran tener su propio negocio de línea, dotaciones o todo tipo de prenda. Me demore alrededor de 45 minutos esa mañana, leyendo cada relato.


Después de almuerzo, decidí salir y mirar que local, ese sábado en la tarde estaba abierto. Llegue a eso de 20 minutos, pues el tráfico en esta ciudad no es tan complicado. Fui hasta el barrio Calarcá, estacioné el carro al frente de una casa de confección, para observar el movimiento de este. Era un lugar único en este barrio, había cerca de tres mujeres, sentadas en ese pequeño espacio, cada una frente a su máquina trabajando y a la misma vez hablando. Manejaban cualquier tipo de prenda, tijeras y agujas. Entraban allí, mujeres, jóvenes y madres con sus hijos. Clientas que la mayoría eran mujeres, pero sin embargo en cada paquete que le entregaban a una modista, sacaban vestuarios de hombres para ser arreglados.

Al transcurrir el tiempo, aquellas mujeres permanecían en ese lugar tomando café y esperando la hora de salida. Estuve allí, alrededor de una hora y decidí volver a mi casa. Al revisar todo aquello que escribí y observé, pensé como sería este trabajo en los próximos 10 años.

Muchas de ellas, con edades avanzadas, pero no mayores de 55 años, quisieran dejar de trabajar y poder descansar. Pero quienes apenas estuvieran incursionando en este oficio, no sabrán que era coser, confeccionar o comprar telas.


A medida que pasan los años, la confección y diseño con el que surgieron estos locales, pasarían a ser reemplazados por prendas ya confeccionadas. Hablando esa tarde con una amiga diseñadora, empezamos a visualizar que ahora la industria textil, se basa en la compra y venta. Muchas de las nuevas generaciones, buscan la economía y de eso, es mucho más fácil comprar que mandas hacer prendas.

Finalmente, me acorde de aquella tarde, mientras hablaba con la señora Luz Marina y doña Ángela, que me preguntaban acerca de mi tía, una mujer que le gustaba comprar telas y mandar a confeccionar prendas diseñadas por ella misma. Yo con la mayor pena del mundo, les conteste que para ella era mejor comprar por internet.


Ellas se miraron al mismo tiempo, y contestaron que era una realidad y que, en poco tiempo, las modistas iban a ser muy pocas por la gran competencia con marcas reconocidas del país e internacionales.

Antes de irme me decían que, en menos de dos años les tocara cobrar como si fuesen diseñadoras. Al finalizar el día, llegue a mi casa a las 9.00 de la noche y retome esas palabras con mi madre. Mientras nos preparábamos para ir a descansar, ella me dijo antes de despedirse e irse a su habitación, que no perdiera el contacto con esas mujeres que tejían historias las cuales, yo misma al mirar una prenda podría hacer alusión a varios recuerdos.

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